La psicología considera que las tres principales fuentes de vitalidad son el deseo, el narcisismo y la agresividad; son las tres fuerzas más primitivas y auténticas internas de una persona. La primera es el deseo, que es una atracción hacia afuera, es la sensación de dirección de la vida; representa lo que quieres, hacia dónde quieres que vaya tu vida, y simboliza tu anhelo y motivación por el futuro. Una persona sin deseo generalmente no es que haya superado lo mundano, sino que está congelada.

La segunda es el narcisismo. En nuestro contexto, puede ser una palabra con connotaciones negativas, pero en psicología, un narcisismo saludable es una fuente importante de sentido de valía y estabilidad personal. El narcisismo es una especie de nutrición interior, es la percepción de uno mismo. Un narcisismo en un rango normal significa que creo que merezco, que creo que soy valioso, que quiero cuidarme a mí mismo, y que creo que merezco cosas buenas.

La tercera es la agresividad. La agresividad es la fuerza que mantiene los límites del yo; no es herir a los demás, sino que, por el contrario, es la manifestación más directa y sólida de la vitalidad de una persona. La agresividad incluye luchar por uno mismo, hacer oír su voz, atreverse a enfrentar conflictos, romper y cortar lo que no conviene en el momento adecuado, salir de la opresión y atreverse a vivir su verdadera identidad. Las personas sin agresividad parecen gentiles y magnánimas, pero en realidad, siempre están sacrificándose y reprimiéndose. En su interior hay una fuerza que no ha sido liberada, pero en realidad, estas emociones reprimidas no desaparecen y, en algún momento, explotarán de manera más grotesca.

La vitalidad es el estado en el que estas tres fuerzas fluyen libremente en el cuerpo. Cuando el deseo está reprimido, el narcisismo está dañado o la agresividad no puede liberarse adecuadamente, la persona pierde interés, carece de sentido de dirección y no se atreve a actuar.