La revelación definitiva del magnate bursátil japonés: ¿Por qué el dinero que ganas al final se lo vuelves a perder?

¿Las acciones se disparan hasta nueve veces, todavía te atreves a aumentar tu posición?

Este es la piedra de toque para comprobar si un inversor es realmente maduro. La respuesta que da el Magnate bursátil es muy sencilla: hay que vender cuando hay que vender. Como resultado, en tres semanas el precio se desplomó a una tercera parte de su precio de venta, y él ya había asegurado 20 mil millones de yenes.

Pero el final de la historia es muy irónico: este dios de las acciones japonés, en su vejez, por una avaricia, vio cómo sus beneficios de 300 mil millones de yenes se esfumaban ante sus ojos.

¿Por qué incluso las personas inteligentes también fracasan?

La leyenda del Magnate bursátil empezó en la pobreza absoluta. Antes de los 31 años, experimentó fracasos empresariales, pérdidas en inversiones, y en un momento no tenía nada. En la desesperación, se retiró a la biblioteca de Osaka durante tres años, y con 70 yenes de capital, volvió a entrar en el mercado.

Esto no es una historia de suerte. El éxito del Magnate se basa en un profundo estudio del mercado. Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, predijo la escasez de chapa metálica, y compró, ganando varias decenas de veces. En los años 70, en plena recesión en la industria del cemento, invirtió en sentido contrario, y en tres años obtuvo beneficios de 30 mil millones de yenes. En los 80, descubrió el potencial de la mina de lingotes de lingote de diamantes, que el mercado ignoraba, y compró silenciosamente acciones de la compañía Minera Tomodachi, cuyo precio se disparó hasta nueve veces.

Cada vez, el Magnate ganaba enormes beneficios gracias a su “visión adelantada a los demás”.

Pero lo interesante es que su verdadera habilidad no residía en escoger acciones, sino en saber cuándo hay que salir.

La arma secreta del dios de las acciones: la regla de “saciarse al ochenta por ciento”

El momento en que el mercado más confunde a la gente es cuando las acciones se disparan, y todos gritan que seguirán subiendo. En ese momento, la mayoría de las personas son dominadas por la avaricia, y mantienen sus posiciones con la esperanza de obtener más beneficios. Pero el Magnate bursátil hace lo contrario.

Compara la inversión con comer: “Solo hay que comer hasta el ochenta por ciento de la capacidad, esa es la sabiduría.”

Esta frase parece simple, pero en realidad es profunda. El mercado de valores cambia en un instante, y el optimismo impulsa continuamente las expectativas. Cuando esperas “el pico”, a menudo ya has perdido el momento más seguro para salir. El Magnate se controla en los momentos de locura del mercado, reduce sus expectativas, y sale antes de que la caída sea inevitable — puede parecer que gana menos, pero evita perfectamente las caídas posteriores.

Esto no es ser conservador, sino una profunda comprensión de la naturaleza humana: la mayoría de las personas no ganan ni la última centavo, porque siempre quieren comer la última mordida.

La “filosofía de la tortuga” de inversión estable y segura

Además de saber cuándo salir en el momento justo, el Magnate resumió tres principios clave:

Primero, descubrir acciones con potencial ignoradas. No seguir las tendencias populares, sino buscar oportunidades prometedoras que aún no hayan sido detectadas por el mercado.

Segundo, investigar en profundidad por cuenta propia. Nunca confía ciegamente en las noticias positivas de periódicos o revistas, porque cuando aparecen esas noticias, el precio de la acción suele estar ya cerca del máximo. Insiste en recopilar información y analizar datos por sí mismo, y en seguir de cerca la economía y el mercado cada día.

Tercero, evitar el exceso de optimismo. No usar apalancamiento, solo invertir con fondos propios, y no creer que el mercado solo sube. Estas reglas, que parecen conservadoras, en realidad son una línea de defensa para reducir riesgos fatales.

El núcleo de esta metodología es: lo lento es rápido. En lugar de perseguir cada ganancia, ganar de forma estable la mayor parte de los beneficios es la clave para triunfar a largo plazo.

La trampa de la naturaleza humana: cómo la avaricia devora 300 mil millones

Pero incluso el dios de las acciones es un mortal.

A finales de los años 70, los precios internacionales de los metales no ferrosos se dispararon. Él predijo que la invasión de Afganistán por parte de la Unión Soviética impulsaría aún más los precios, y compró en masa acciones relacionadas. Pero, con el mercado en ebullición, perdió la calma — y, impulsado por la avaricia, se negó a vender, perdiendo por completo la oportunidad de salir.

¿El resultado? Los beneficios de 300 mil millones de yenes se esfumaron en medio de caídas consecutivas del mercado. La “sabiduría de saciarse al ochenta por ciento”, que tanto predicaba, quedó en nada ante la codicia.

¿Y qué tan cruel fue esta lección? Con la mitad de su fortuna acumulada en toda su vida, solo le quedó una amarga comprensión: Entrar en el mercado con racionalidad es fácil, salir con calma, lo más difícil.

Reflexión para los inversores modernos

¿Por qué la historia del Magnate bursátil merece nuestra atención? Porque revela la paradoja definitiva de la inversión:

El conocimiento y la experiencia se pueden aprender, pero lo más difícil de controlar siempre será esa bestia llamada “avaricia” que hay en lo más profundo de la ser humano.

Quizá sabes cuándo reducir en plena repunte, pero siempre dudas en la idea de “quizá todavía suba más”. Quizá entiendes la regla de “saciarse al ochenta por ciento”, pero en medio de la locura del mercado, te dejas llevar por las emociones. ¿Por qué los inversores minoristas siempre toman la última oportunidad? Porque en su corazón siempre están apostando a que “esta vez será diferente”.

El dios de las acciones japonés, con su vida legendaria y sus dolorosas lecciones, nos dice: la clave final del éxito en inversión no está en escoger acciones, sino en el control de uno mismo.

¿Has puesto en tus manos la regla para medir riesgos y beneficios?

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