Una noche, decidí revisar mi portafolio de criptomonedas a las 2 AM. De repente, una moneda se había duplicado. Grité tan fuerte que mi vecino realmente llamó a mi puerta. Mi corazón latía como loco. En mi cabeza ya estaba planeando mis vacaciones de ensueño, una nueva laptop, tal vez incluso adoptar un dragón o algo así.
En plena pánico, presioné vender pero, por supuesto, mi cerebro dormido hizo clic en comprar en su lugar. Ahora poseía el doble de monedas, y el precio comenzó a caer como si tuviera una disputa personal conmigo. Solo miré la pantalla, riendo y llorando al mismo tiempo. Luego, mi gato saltó sobre el teclado y empeoró todo; de alguna manera envié monedas a la billetera equivocada.
Para la mañana, había aprendido tres lecciones: el cripto es un caos, mi gato es un hacker, y nunca volveré a negociar mientras esté medio dormido. Mi familia todavía se ríe de mí, y he contado esta historia tantas veces que incluso extraños en internet me han escrito preguntando si es real. Honestamente, es el desastre cripto más divertido y emocional de mi vida, y no cambiaría el recuerdo por nada, incluso si me costara algunas monedas.
Esta página puede contener contenido de terceros, que se proporciona únicamente con fines informativos (sin garantías ni declaraciones) y no debe considerarse como un respaldo por parte de Gate a las opiniones expresadas ni como asesoramiento financiero o profesional. Consulte el Descargo de responsabilidad para obtener más detalles.
Una noche, decidí revisar mi portafolio de criptomonedas a las 2 AM. De repente, una moneda se había duplicado. Grité tan fuerte que mi vecino realmente llamó a mi puerta. Mi corazón latía como loco. En mi cabeza ya estaba planeando mis vacaciones de ensueño, una nueva laptop, tal vez incluso adoptar un dragón o algo así.
En plena pánico, presioné vender pero, por supuesto, mi cerebro dormido hizo clic en comprar en su lugar. Ahora poseía el doble de monedas, y el precio comenzó a caer como si tuviera una disputa personal conmigo. Solo miré la pantalla, riendo y llorando al mismo tiempo. Luego, mi gato saltó sobre el teclado y empeoró todo; de alguna manera envié monedas a la billetera equivocada.
Para la mañana, había aprendido tres lecciones: el cripto es un caos, mi gato es un hacker, y nunca volveré a negociar mientras esté medio dormido. Mi familia todavía se ríe de mí, y he contado esta historia tantas veces que incluso extraños en internet me han escrito preguntando si es real. Honestamente, es el desastre cripto más divertido y emocional de mi vida, y no cambiaría el recuerdo por nada, incluso si me costara algunas monedas.
#MyCryptoFunnyMoment